viernes, 26 de agosto de 2011

Saltar, La casa está en silencio

Saltar
Saltar
una, dos, tres
-risas de niños-
veces la cuerda

Saltar
ojos al cielo
cuatro, cinco, seis
-pupilas vueltas celestes-
veces la cuerda

Saltar
buscar
entre ecos infantiles
la melodía lejana y triste
que agita el extraño ritmo de mis cuerdas,
el entramado siempre incongruente de mis venas

saltar
ocho, nueve, diez, cien, mil, veces la cuerda
agotar
ecos infantiles
en los saltos nuestra fuerza
intentando no tropezar
con el relieve repentino de nuestra sombra
el detalle oscuro
de nuestra dentadura en la vereda

saltar
manos pequeñas
pupilas luminosas
y consumirnos en aquella brevedad infinita
durante la cual nuestros pies
se desprenden de la dura superficie del asfalto
-para acercarnos,
al celeste reino de nuestro sueño,
el laberinto sin muros de nuestra mente,
hasta posar
tras una entera eternidad
nuestros pies en el suelo
el reino sin límites de la duna
del sabor a arena seca en la boca,
el laberinto claustrofóbico de nuestro reflejo,
en la brea derretida sobre el cemento,
por el calor asfixiante del verano




La casa está en silencio
La casa está en silencio
Hay restos de comida olvidados sobre la mesa
La luz de un sol mortecino entrando,
a duras penas por las persianas entreabiertas
Hay ollas sucias en la cocina
Ceniceros cochinos en el living,


y mi sombra hecha trizas esparcida en los rincones
y entre mis mandíbulas apretadas
el agrio sabor del silencio masticado


Puertas entreabiertas
Olores penetrantes

e impregnada en las manillas,
mi voz desgastada por la noche


Insectos extraños bailando a contraluz
y mi mente oscilando en el recuerdo
El oleaje nunca calmo de la memoria
El azulado mar de la nostalgia
La lejana realidad del cielo raso de la habitación,
Que pende como un recuerdo sobre mi cabeza

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